Fernando Bertello (33) y su compañera Julieta Meyer (29) llevan adelante un negocio familiar. Les robaron el primer 0 km que lograron comprar. No tenía seguro.
“Voy a salir. Siempre la luché, así que ahora lo mismo”, dice Francisco Bertello (33), el dueño de la concesionaria BM Automotores, en Santa Rosa (La Pampa), que sufrió un insólito ataque. Jesús Larroque (22) entró a su negocio en la madrugada, robó un Fiat Cronos cero kilómetro, destrozó el portón y salió a la calle. A las cinco cuadras, destruyó el auto.
Bertello, junto a su compañera y socia, Julieta Meyer (29), están conmovidos por el golpe que sufrió su negocio, una concesionaria de autos y motos. Es un emprendimiento familiar. Tienen encima la tensión de los últimos días, desde la madrugada del domingo, cuando se despertó cerca de las 6 de la madrugada y vio las imágenes del robo.
Como el local quedó destrozado, el comerciante tuvo que hacer guardias las últimas noches. Primero hubo un adicional policial (que pagó con su bolsillo) y después alterna la noche y las horas del día con su cuñado para hacer vigilancia.
El auto que la destrozaron es un Fiat Cronos, color rojo Ferrari. “Está valuado en 3.100.000 pesos. Pero como no estaba en la calle, no estaba patentado. Y no tiene seguro”, explica. Si no tiene valuación, con el patentamiento, no se lo puede asegurar.
Ya escuchó todos los reproches, de quienes hablan (porque no tiene el seguro) con el ‘diario del lunes’. “Esto es un negocio y vemos lo que pasa día a día”, comenta Bertello.
Para Francisco y su familia, lo ocurrido es “empezar de nuevo”. Tiene otros seis autos usados, de modelos recientes, además del Cronos destruido. Brillan al sol en la esquina de la concesionaria.
Hace ocho meses que la pareja alquila el local en la avenida Spinetto, una calle emblemática que tiene en su recorrido una veintena de concesionarias oficiales y particulares. En las veredas, lucen los autos que se ofrecen.
“Antes vendía desde mi casa. Este lugar tuvimos arreglarlo. El dueño no quería alquilarlo, en la pandemia, pero lo convencí. Lo que podíamos hacer, lo hicimos nosotros. Pintamos, arreglamos algunas cosas. Y después lo otro con algunos amigos para bajar los gastos”, cuenta. El local luce flamante, con los logos y las marcas de autos en relieve y con el contorno iluminado con luces.
La concesionaria ahora funciona donde estuvo un comercio que vendía productos de yeso para albañilería. Al lado había un lavadero que funcionó durante más de quince años pero la pandemia se lo llevó puesto.
“Ese local -por el lavadero- estaba en la mira, pero ahora olvidate, tenemos que empezar de nuevo”, dice. Ya pidió presupuesto para reemplazar el portón y los vidrios: unos 250 mil pesos, pero aun no sabe lo que costará reparar las paredes que quedaron marcadas y fracturadas.
“Siempre logré las cosas con el trabajo. Y esta vez va a hacer lo mismo, lo hablamos con mi esposa Julieta”, comenta a Clarín el hombre. Tiene dos hijos: un varón de 10 años -que padece autismo- y la nena de 6. “A ellos no les conté nada. Los preservé de todo esto”, confiesa el vendedor.
Y recuerda: “Vengo de una familia laburante. Mi papá y mi mamá eran canillitas. Somos 16 hermanos y a los 13 años me independicé. Para no ser una carga, para dejarle a los más chicos, desde los trece fui albañil, pintor, cadete. Y con trabajo tengo lo que tengo”, dice. No suena a discurso.
A su lado está Julieta, su compañera. “Ella es una guerrera también”, señala. La joven aprendió gestaría durante la pandemia de COVID-19 y ahora es un servicio que le ofrecen la cliente. Los dos lucen cansados: no dejaron de atender estos días. Tampoco vieron a sus hijos en las últimas horas.
En las redes sociales, Francisco recibió cientos de mensajes de aliento. Muchos conocen su historia. Una maniobra de un comprador también le llevó millones de pesos hace tres años, cuando los millones valían más.
El robo
El ladrón estuvo intentando durante varios minutos abrir otros autos, ubicados en la vereda. Allí un taxista avisó a la Policía lo que ocurría. Luego rompió un vidrio e ingresó al local, donde logró poner en marcha el 0 KM, el único que tenía llaves. Arrasó con el auto el portón, cruzó la avenida Spinetto y recorrió la calle Gonzalez, que va paralela a las vías del ferrocarril, rumbo a su casa.
A las cinco cuadras chocó una gruesa columna de cemento (que sostenía un transformador de media tensión), la cual quedó pulverizada: apenas quedó el armazón de hierro.
Cuando lo detuvieron, Larroque tenía 2,48 gramos de alcohol en sangre (lo permitido para circular es 0,50). Le dieron 15 días de prisión preventiva. Y lo acusaron de robo.
"La Policía me dijo que le tuvieron que decir lo que había hecho: 'robaste un auto y lo chocaste', le dijeron'. Se quería ir a la casa", recuerda Bertello.
El comerciante no le guarda rencor a quien robó el auto y destrozó su local, pero avisa. “No, estoy tranquilo conmigo mismo. Voy a ir contra él pero legalmente, con un juicio civil. Que me pague cada peso”.
Los gastos se suman. Lo último que se enteró es que también tiene que pagar el arreglo de la columna que destrozó el ladrón con su auto.
(Fuente: Clarín)